Caso cerrado
Martin Cosentino y Juan Debandi estaban dispuestos a todo. Su prontuario era oscuro como sus almas y el plan que habían elaborado no tenía fallas. Junto a tres cómplices sacados de las peores calles y un contacto dentro de la policía estudiaron durante semanas los movimientos del banco, hasta que el trece de Septiembre entraron a robar.
Juan redujo al guardia como primera acción y detrás suyo entraron los otros cuatro. Martín le gritaba a la gente que se echara de panza al suelo esgrimiendo su arma en todas direcciones mientras los otros tres asaltantes se dirigieron a las cajas.
La alarma silenciosa ya había sonado en la estación policial, y por eso el contacto en la policía estaba encargado de retrasar esta señal de aviso. No contaban con que una señora los había visto entrar a las corridas y blandir las armas a través de las ventanas, y había llamado ya a la policía. Antes de que los ladrones pudieran terminar de recolectar el dinero de las cajas pensando que contaban con varios minutos por delante, comenzaron a penetrar dentro del banco los aullidos de las sirenas policiales que se acercaban cada vez más. Los cinco ladrones se miraron. Juan corrió a la puerta y cuando quiso abrir vio el primer patrullero que llegaba con un serpenteo peligroso. Un horrible sentimiento de perdición se apoderó de su cuerpo mientras ponía traba a las puertas y sus compañeros cubrían las ventanas. Los móviles policiales seguían llegando y estacionaron afuera ocupando ya toda la cuadra. Todo lo que no tenía que pasar, pasó.
Empezaron las negociaciones para liberar a los rehenes. Los ladrones se mostraron novatos y desorientados. Solicitaron se metiera al estacionamiento del banco un auto por cada rehén liberado. Al cabo de unas horas, ya entrada la noche, habían sido liberadas media docena de personas, y nadie sabía cuántas seguían dentro. Los ladrones se negaron a seguir liberando rehenes y detuvieron las comunicaciones con la policía.
A las tres de la madrugada sonó el teléfono. Los ladrones avisaron que iban a salir. La tensión creció hasta el éxtasis, la policía estaba atenta y nerviosa, los francotiradores dispuestos en los techos, la oscuridad y el frío cubriéndolo todo. Los corazones palpitaban apresurados.
Se escuchó el portón del estacionamiento que comenzó a abrirse a medida que se congelaban los sudores. Se vieron las luces de un auto que salió violentamente del estacionamiento, bajó a la calle y giró a la derecha, esquivando patrullas y obligando a los agentes a saltar para salvarse. Sin disparar, los efectivos comenzaron a correr tras el vehículo unos y a perseguirlo con sus patrullas otros. En ese momento, otro auto salió dando saltos del estacionamiento del banco, dobló a la derecha, después a la izquierda y encaró hacia el lado opuesto que el anterior. Otro auto, y lueg otro, y otros más fueron saliendo del estacionamiento y se perdieron en todas direcciones, sin que los policías dieran a basto para perseguirlos a todos.
Solo tres vehículos fueron capturados en el momento. Cada uno llevaba dos ocupantes, y todos dijeron que los asaltantes los habían obligado a conducir lejos si querían vivir.
Otros tres vehículos fueron encontrados durante la madrugada. Todos los ocupantes dieron la misma declaración que los anteriores.
Al dia siguiente se halló el último auto abandonado a la vera del rio amarillo que bordea aquella ciudad. De los ocupantes ningún rastro, y caso cerrado firmó un juez en su despacho.
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