Disociación
Lo bajan de una patada al perro del sillón por atrevido y maloliente. El viejo Zuncho le grita ¡Juira! al barbincho miniatura que se pierde en el pasillo oscuro. Canta la China unas coplas desentonadas, meta guitarra y copete que le desploma la vergüenza. El hombre escribe en la computadora estas palabras. Siempre el mismo hombre, siempre presente. Sin embargo, en las tantas historias que enredan su mente hay una que sobresale, esa que está expectante, la que es simiente de los embrujos que fascinan a los desprevenidos.
Esta historia es sobre la China, la de la guitarra, la que deshila su corazón como un ovillo que entrega para que todos tejan su bienestar. La China no sabe lo que es el presente porque en su mente acontecen los hechos de un futuro que no va a suceder. El dolor está latente como un eco que no la deja en paz.
La presencia de un calor invisible le indica los pasos, como la estrella primera le marca el rumbo al enviado de un dios que vaga por el desierto. La China era el calor dentro de la casa, pero un dolor bandido se le había acoplado. El viejo Zuncho lo sabía y lo sentía también. Ninguno se consolaba ante la terrible ausencia del niño que ya no estaba hacía días y no estaría jamás de vuelta.
La China tocaba la guitarra y cantaba para escapar de sus pensamientos, su voz no era linda pero tampoco molestaba. El viejo Zuncho estaba sentado en la silla al lado de la China que tocaba y cantaba. Movía los pies y las manos, y sostenía una risa triste mientras escuchaba llorando las canciones que la China dibujaba en el aire. El viejo agarró el vino que tenía al costado del pie y lo exterminó de un solo trago, era al menos medio vaso y lo engulló como si acabara de llegar del exilio. La China cantaba y chillaba y el viejo tomaba y suspiraba. El ángel del olvido justo pasaba por la vereda y al escuchar esas canciones tan tristes que venían desde el interior de la casa decidió detenerse para ver quién las cantaba.
Apenas el ángel golpeó la puerta, la China olvidó todas las canciones que conocía, todas las letras se le fueron de la mente, como si alguien abriera las jaulas del zoológico y los animales escaparan en un segundo, dejando el parque desolado. Al instante, cesaron los acordes que iluminaban el silencio con su música de mares calmos, porque la China se olvidó todos los compases y los tonos que sabía.
El viejo Zuncho, que estaba medio sordo, no escuchó cuando golpearon la puerta, pero al sentir que la China dejó de tocar, le preguntó en seguida "China, eh, ¿por qué no toca?" A lo que la China tal vez contestó "¿Vos quién sos?" Ya ninguno lloraba.
El ángel del olvido golpeó de nuevo la puerta y esta vez el viejo Zuncho escuchó. Como no entendía qué le pasaba a la China, se fue rengueando a ver quién llamaba a su puerta. Abrió y se encontró al ángel en forma de un humano corriente, incluso le resultó familiar al principio. Podría haber sido un amigo, o un hermano, o un vecino. No sabía, su memoria actuaba raro. El viejo Zuncho fingió recordarlo para no herir sus sentimientos. El ángel apoyó su mano cálida en el hombro del viejo Zuncho. Al viejo ya se le hacía familiar esa cara y con una mueca amable, lo invitó a pasar.
Entraron hasta el comedor, donde estaba la China sentada al lado de la mesa, con la guitarra en la mano, sin recordar una sola canción para tocar. "Hola" dijo la China, "Hola, Me llamo Gabriel, y soy el ángel del olvido." "Dios misericordioso", dijo el viejo Zuncho, "somos solo una mujer y un pobre viejo, estamos al servicio de Dios y de sus siervos." "Yo no soy hijo de dios" dijo el ángel del olvido. "Yo soy el fin de la confusión. Dios es mi mente."
La China estuvo por decir algo pero se olvidó. El viejo Zuncho miraba al ángel, confundido por lo que decía, sin recordar siquiera haberlo dejado entrar a la casa. ¿Quién era ese extraño?
El ángel hizo un ademán. La China y el viejo Zuncho entendieron. Se levantaron y fueron a la cocina. El viejo Zuncho rengueó hasta las hornallas y giró todas al máximo, se dio vuelta y olvidó lo que había hecho. La China dejó la guitarra junto al mueble y fue a cerrar las ventanas y las puertas. Cuando se dio vuelta, salió preguntando "¿Dónde dejé la guitarra?" La buscó torpemente unos segundos hasta que la vio apoyada en el mueble. Notaba el olor a gas, pero lo olvidaba al instante.
El ángel del olvido los llamó desde la sala, sirviendo vino en el vaso del viejo. El viejo Zuncho ya llegaba con su renguera lenta hasta la mesa y hacía el gesto de empezar a sentarse. Antes, miró al ángel sin recordar quién era o qué hacía en su mesa. La China agarró la guitarra y se acercó al ángel, sin recordar tampoco de dónde había salido tan extraño personaje.
Volvieron a sentarse, cada uno en una silla que probablemente no en la misma que ocupaban un rato antes, porque también habían olvidado eso. El ángel se marchó satisfecho, caminó el largo pasillo y cerró la puerta al salir, sin romper en absoluto el silencio de la casa.
La China recordó las canciones y en seguida empezó el canturreo. El viejo Zuncho, confundido y mudo, solo atinó a agarrar el vaso de vino que, para su sorpresa, estaba lleno otra vez. Tomó un trago y otro trago entre lágrimas amargas, y la China cantó una zamba tras otra entre penas duras, hasta que se durmieron los dolores y cayeron como pétalos marchitos al suelo.
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