Carta de expiación
¿Existe acaso el amor como impulso de la cofradía o será solo una pulsión frente a la soledad? Cada vez que pienso en el desgarramiento de la compañía y en la sempiterna necesidad humana de generar lazos me pregunto si en verdad la criatura humana, más que un ser social, no será sólo cobarde.
He notado que enfrentar el silencio, soportando el martilleo del mundo interior, es el motivo que resplandece a la hora de buscar el escapismo de la compañía. El humano sin dudas ha logrado alcanzar el éxtasis del entretenimiento. Me pregunto si estará motivado por la evolución de las relaciones o será solo un modo de desgarrar al ser que lucha, una manera de desintegrar la forma del ente pensante. No hay engranaje de nuevas ideas sin el necesario aburrimiento, no hay motor de búsqueda si no hay dificultad o retos.
La hiper comodidad crea difuntos que viven apenas, nativos digitales perdidos ante el asomo de una nueva era. Una época sin guías que la pre exista, una raza sin características, criaturas que no tendrán jamás modelos.
En ese torbellino de dudas aparece el salto cuántico de quien atraviesa la vida en el bote endeble que es el arte. El arte es papel en los ríos hiper tecnológicos, es sentimiento y sentimentalismo en un mundo vaciado de héroes y de santos. Como dijo alguien en algún lugar, que los héroes son aquellos que se levantan cada mañana en busca de un mísero sueldo, y a veces ni siquiera tienen eso.
Que mundo tan triste, que realidad tan patética, en la que la justicia de las personas esté en manos de otra gente que ya no sueña, y que sean estos mortales que apenas comen y duermen los que cumplen las acciones que al mundo le curan el alma con la luz que enceguece.
Y yo, que no soy ni una hormiga laboriosa, no soy un oso fuerte, ni siquiera un fiel pingüino, busco en el arte crear un lazo decente para contarle a un amigo invisible, incluso pasada mi muerte, que a cada humano que pisó la urbe fantasma que hoy nos envuelve le han castigado las mismas miserias, lloramos también reímos, indiferentes.
Al final es verdad que no habrá nunca nada nuevo bajo el sol. No importa qué tan grande sea tu herida, hay mayores y arderán peor.
A este mortal que apenas escribe le ha sido de gran consuelo compartir las migajas de sus heridas con otros humanos culposos, rotos, cobardes, soberbios. Al rey y al mendigo Dios castiga en partes iguales, al pecador le es permitido lo mismo que al célibe y al ignorante.
Fugaz es esta ardiente vida. Pasajeros son los dolores, pasajera es siempre la dicha. Espero que algún día, cuando al fin todo se funda en el universo que vive en mis ojos, desaparezcan estos restos individuales que me separan del otro y ruego porque ese día llegue pronto.
La idea del suicidio me lame la mano como una perra fiel que me cura, me sigue cuando paseo por el campo y ansío ponerle fin a esta incertidumbre de vagar, de lastimar, de errar. Yo la espanto porque ella es bicha y me enamora con su prometedor descanso, pero estoy seguro de que ese descanso será interrumpido por el sufrimiento de quienes me dieron todo en la vida. Si no fuera por mi madre tan querida ya me hubiera echado en el pozo.
Así que lector, lectora, hijo, hija, divorciado, viuda, enfermo, suicida, la vida es eso aparentemente, igual para todos, sin pausas y sin salidas. El desconsuelo se me ha vuelto plomo atado en el lomo, clavado profundo como una cuchilla.
Tiendo estas palabras para unirme con un otro porque ¡ay! acá adentro, adentro mío, estoy y estaré siempre
tan solo.
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