Entradas

Disociación

 Lo bajan de una patada al perro del sillón por atrevido y maloliente. El viejo Zuncho le grita ¡Juira! al barbincho miniatura que se pierde en el pasillo oscuro. Canta la China unas coplas desentonadas, meta guitarra y copete que le desploma la vergüenza. El hombre escribe en la computadora estas palabras. Siempre el mismo hombre, siempre presente. Sin embargo, en las tantas historias que enredan su mente hay una que sobresale, esa que está expectante, la que es simiente de los embrujos que fascinan a los desprevenidos.  Esta historia es sobre la China, la de la guitarra, la que deshila su corazón como un ovillo que entrega para que todos tejan su bienestar. La China no sabe lo que es el presente porque en su mente acontecen los hechos de un futuro que no va a suceder. El dolor está latente como un eco que no la deja en paz.  La presencia de un calor invisible le indica los pasos, como la estrella primera le marca el rumbo al enviado de un dios que vaga por el desierto. ...

Mi perra Perla

 Es la primera vez que escribo sobre lo que me pasó esa tarde de noviembre de 1962. Caminaba por Parque Rivadavia con mi perra Perla. En esa época la avenida Rivadavia no estaba tan concurrida como en la actualidad.  Hoy por hoy parece que hay más autos que peatones. En conversaciones que tuve con mis hijos y sus amigos, que pertenecen a una generación más joven que la mía y con una mirada bastante más amplia sobre las situaciones del país, ellos dicen que la cantidad de autos se debe a que es el único bien de gran valor al que la gente de clase media, si es que existe todavía, puede aspirar. En el pasado estaba el famoso sueño de la casa propia, pero según mis hijos y sus amigos, ese sueño quedó en el pasado. Incluso lo tildan de sobrevalorado. A ellos se les hace más apetecible, cómodo, realista, vivir en lugares que no les pertenecen por períodos de tiempo relativamente cortos, sin acceder a las responsabilidades y las complicaciones que durante décadas tiene que sobrelleva...

Caso cerrado

Martin Cosentino y Juan Debandi estaban dispuestos a todo. Su prontuario era oscuro como sus almas y el plan que habían elaborado no tenía fallas. Junto a tres cómplices sacados de las peores calles y un contacto dentro de la policía estudiaron durante semanas los movimientos del banco, hasta que el trece de Septiembre entraron a robar.  Juan redujo al guardia como primera acción y detrás suyo entraron los otros cuatro. Martín le gritaba a la gente que se echara de panza al suelo esgrimiendo su arma en todas direcciones mientras los otros tres asaltantes se dirigieron a las cajas.  La alarma silenciosa ya había sonado en la estación policial, y por eso el contacto en la policía estaba encargado de retrasar esta señal de aviso. No contaban con que una señora los había visto entrar a las corridas y blandir las armas a través de las ventanas, y había llamado ya a la policía. Antes de que los ladrones pudieran terminar de recolectar el dinero de las cajas pensando que contaban con...

Carta de expiación

¿Existe acaso el amor como impulso de la cofradía o será solo una pulsión frente a la soledad? Cada vez que pienso en el desgarramiento de la compañía y en la sempiterna necesidad humana de generar lazos me pregunto si en verdad la criatura humana, más que un ser social, no será sólo cobarde. He notado que enfrentar el silencio, soportando el martilleo del mundo interior, es el motivo que resplandece a la hora de buscar el escapismo de la compañía. El humano sin dudas ha logrado alcanzar el éxtasis del entretenimiento. Me pregunto si estará motivado por la evolución de las relaciones o será solo un modo de desgarrar al ser que lucha, una manera de desintegrar la forma del ente pensante. No hay engranaje de nuevas ideas sin el necesario aburrimiento, no hay motor de búsqueda si no hay dificultad o retos. La hiper comodidad crea difuntos que viven apenas, nativos digitales perdidos ante el asomo de una nueva era. Una época sin guías que la pre exista, una raza sin características, criatu...

El festival alegre

 Cuando mi familia emigró de Japón para instalarnos en Argentina yo tenía dieciséis años. Mi papá era gerente de alto rango en una petrolera y nos vinimos a vivir acá. Recuerdo que el contraste cultural fue inmenso y se me hizo muy difícil acostumbrarme al cambio. Sin embargo, esta historia no es sobre mí ya que no creo que una mudanza pueda ser interesante. Fallan algunos escritores en pensar que la historia que escriben es la que quieren escribir. Uno escribe la historia que se debe contar.  Esta historia es sobre un maestro que tuve en la escuela primaria, allá en Japón, llamado Kei san. En realidad, Kei san nunca fue mi maestro de clases.  Cuando yo era chico él enseñaba en grados más altos, y cuando llegué a grados más altos él enseñaba en secundaria, y cuando llegué a secundaria él ya no trabajaba en el aula. A pesar de esto, fue mi maestro durante todos esos años. El maestro Kei san se distinguía del resto de los docentes de la escuela a la que yo iba, y más adelan...

Calistenia

 El despertador de Juani era una música suave que su mamá Laura prendía todas las mañanas mientras la taza de leche daba vueltas en el microondas. A veces sonaba Ricky Martin, a veces Coldplay, a veces música relajante de Youtube. Entre la música y los primeros vestigios de la luz que entraba por la ventana, Juani escuchaba el pitido del microondas y sentía el olor a chocolate y sabía que el día había empezado. La cama calentita lo atrapaba con sus pinzas de pulpo y la almohada le susurraba al oído mil razones para quedarse acostado, pero Laura aparecía con la taza caliente en una bandeja con vainillas y Juani no podía evitar sentirse tentado por este tentempié.  Mientras Juani iba al baño en calzoncillos y medias blancas, Laura le preparaba el uniforme de colegio sobre la cama y le dejaba al lado de la alfombra las zapatillas que tenía que usar ese día porque en el colegio hacían deporte.  En el colegio Juani jugaba al fútbol y al softbol, siempre lo elegían primero y lo...

Puntos de vista 1

 Un padre divorciado es observado a través de la ranura anónima de unas persianas. Hace mucho que su hija Sofía y su mujer Mónica no aparecen en escena.  Desde la ventana, torpe postal del espía de barrio, no se llega a ver que detrás del perchero en la sala hay una puerta, y al abrirla una escalera. Desde la ventana no se puede oler la humedad que busca escapar del sótano, ni se siente el calor sofocante, el ambiente pesado que envuelve el cuerpo al descender y hace temblar los huesos sin motivo. No se puede oír desde la ventana de espía crédulo cuando el padre divorciado baja al oscuro sótano con una bolsa de pan y al abrirla grita “Sofi, Mónica, ¡a comer!”.